México Maravilloso

miércoles, 29 de julio de 2009

HISTORIA DE LA CALLE DE BUCARELI Y RUTA CERCANA.


"Era demasiado tarde. Ya no pasaba ninguno, así que decidimos tomar juntos un pesero hasta Reforma y de ahí nos fuimos caminando juntos hasta un bar de la calle Bucareli, en donde estuvimos hasta muy tarde hablando de poesía" cuenta García Madero en "Los detectives salvajes". Hoy, Harrington -o García Madero- está vestido de negro. Tiene varios kilos de más y está calvo. Y sigue fumando sin parar, un código que él, Bolaño y los otros "infras" nunca rompieron.

Ese sitio en BUCARELI, EL BAR " CHAPULTEPEC", bajo un rotundo y enorme edificio antiguo y con aire de poder, ese el el Edificio Vizcaya, donde viven actores, actrices de la farandula de la tele y el radio , de las bellas artes y de las letras, ahi una vez fui a dejar a la ilustre y tritemente sicótica PITA AMOR, quien pintada hasta mas no poder, vociferaba por la zona rosa, ya que no la levantavan los taxis, yo me ofrecí y fue una experiencia que no olvidaré, se portó amable y hasta me dibujó una flor en una servilleta.

Siguiendo mi historia digo que Harrington y su colegas llevan media hora caminando desde el Zócalo. Se detienen en las calles Reforma con Bucareli, las mismas del libro. Los bares y almacenes De tapices,están remodelados. Excepto uno.

El café La Habana, o café Quito para los lectores de la novela bolañista, es popular entre detectives, abogados y periodistas. Tiene muchas historias, como haber sido centro de reunión del Che Guevara y Fidel Castro. "Nos sentábamos al fondo y a la izquierda, en una mesa doble. Ese era nuestro sagrado sitio. A veces Roberto venía sin sus lentes y no nos veía al entrar, y teníamos que ir a buscarlo a la calle", cuenta Peguero.

Ya no están las mismas meseras, que fueron inspiración de tantos poemas y discusiones. "Escribíamos como locos, poemas de 28 cuadrillas con pasión y fuerza. Y todo aquí mismo y en el momento", dice Harrington.
En este café las charlas trataban de literatura, política, cine y mujeres. "Eran algo machistas, no sólo por hablar de mujeres, sino porque ellos se creían más importantes. A veces nos dejaban de lado", se queja Ochoa, sentada en la misma mesa de antaño. Piden unos tragos y un plato de "chiles toreados", sólo para valientes. "Antes sólo tomábamos café y banderilla?un pan dulce. Eran muy lindos esos días, había un sentido de la belleza y la pureza que era muy determinante en nuestra vida. Vivíamos nuestra poesía de esa forma. Nunca hemos dejado de querer esos momentos", recuerda Harrington con la voz cortada.

La mesera trae la cuenta, mientras sobre la mesa hay un ejemplar de "Los detectives salvajes" que nadie se molesta en abrir. Los tres "infra" lo ven con indiferencia. Como si no existiera. Sólo Harrington atina a decir: "Mientras conversábamos, Roberto sacaba su libreta y con su letra chiquitita anotaba lo que serían las historias de su novela. Y es que son escritos nuestros, los vivimos, los dijimos, todos participamos". Un breve silencio recorre el salón color crema.

Afuera, a pocos pasos, está el cine Bucareli. "Ahí veíamos películas clase B, donde los senos de las actrices se veían de cuatro metros", explica Peguero, sin darse cuenta que hoy los carteles sólo anuncian el estreno de Harry Potter 5.

También está el monumento del Reloj y la esquina donde estaba la Pizzería del Gringo -otro lugar reconocible en la novela-, reemplazada por una gran casona. "Comer pizza en esa época no se acostumbraba, pero Roberto siempre lo hacía, fue un precursor", dice Harrington. De vuelta a la ruta, siempre en el centro de la ciudad, pasan varias cuadras entre Reforma y Juárez. En una de ellas, no muy lejos del Palacio de Bellas Artes, estaba la antigua librería El Sótano, ahora demolida. Era el antro del robo de los "infras": guardaban la mercancía en las chaquetas y salían corriendo como si hubiesen visto al demonio.

Cruzando Juárez, detención en otro espacio obligado: el Correo. "Veníamos a escribir para participar en concursos literarios o lo que fuera", recuerda Peguero, mientras mira a este gigante edificio de estilo clásico. Como añorando los tiempos donde no había e-mail.

Ese hígado de Bolaño

"Creo que se puso Arturo Belano en honor a su amiga Bárbara Délano -hija del escritor Poli Délano, fallecida en un accidente aéreo en 1996-, pues la quería mucho", especula Harrington sobre el álter ego de Bolaño en "Los detectives salvajes". Fue este personaje quien en el libro hizo un discurso sobre películas de terror en La Casa del Lago, un centro cultural que sigue en pie en el Bosque de Chapultepec, el pulmón del D.F. Allí también los infrarrealistas irrumpieron para molestar a su enemigo Octavio Paz, en un recital poético. Hoy La Casa del Lago sigue igual, escondida entre pinos, ardillas y pájaros. Con sus pilares blancos frente a un lago. "Llegar ahí es muy padre, no te quieres ir, es inhóspito", señala Peguero. Todavía se hacen recitales. Un aviso en una solitaria pizarra, con letras a color, lo confirma: "Lectura de cantos: sábados y domingos. En el bosque de la imaginación".